jueves, 6 de febrero de 2014

Adamo III

Hoy se cumplen tres años del domingo más lindo que viví.

Cuando fui a estar con mi amiga del jardín, mi hermana del alma, a estar con esa amiga de hace tantos años que no recuerdo la primera vez que jugamos juntas.  Con la única amiga que no tengo memoria de que no existiera en mi vida.

Fui a darle una mano y que la apretara con todo porque adentro suyo mi negro estaba haciendo mucha fuerza para salir.

Nosotros también estábamos haciendo muchísima fuerza mental para que saliera, para que estuviera sano, para que se diera cuenta ni bien naciera que de este lado del mundo lo estaba esperando mucho amor y que al segundo de salir entendiera eso.  Que vinimos al mundo para ser felices.

Y su presencia me hizo feliz a mí.  Tan pero tan feliz estaba que salí de la clínica un domingo a la noche, de una clínica pequeña en el horrible barrio de Once y me fui caminando por esas calles feas un domingo a la noche.  Un domingo con aire triste de domingo, con calles feas de Once, con gente revolviendo la basura, gente con cara de domingo triste en una calle fea de un barrio horrible.

Pero en el medio de ese barrio horrible, de esas calles feas, de la gente pobre que revolvía la basura yo era inmensamente feliz.


Me reía sola.  Me reía fuerte, con todo el cuerpo.  Miraba adelante y me reía caminando, invadida por una felicidad nueva para mí, que solamente entiende el que vio una vida que acaba de nacer, el que como yo, cree que el mundo es suyo hasta que de golpe aparece un Adamo y entiende que ya no es dueño de su vida nada más sino que ahora juega un papel en la vida de otro.

De una vida que empezó un seis de febrero del dos mil once

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