Como la fama no es lo que importa y los lectores de mi blog son más que los integrantes del ex Consejo Deliberante (!), acá les publico mi cuento no seleccionado y que les aproveche:
Línea B
Aunque atiendo mis
negocios en Plaza Constitución, nunca viajo de Los Incas a Carlos
Pellegrini. El cruce de las tres estaciones está plagado de gente
apurada que empuja o tira bronca nomás porque uno anda tranquilo.
Prefiero salir a la calle y colarme en la C más adelante porque,
como la Plaza es mi terreno, muchas veces paro ahí con mis amigas de
la zona que ni me cobran sus favores, aunque se les nota en la cara y
en la vida que mal no les vendría una moneda.
Desde la plaza manejo mi bandita,
somos los más jodidos de la estación: andamos en grupo mangueando
entre las personas grandes y pecheando a los que nos quieran hacer
frente. A mi me tienen caladísimo, nadie me discute nada porque
saben que unos cuantos de por ahí andan rengos gracias a mí. Al
que está de mi lado, lo cuido; al que no, que se cuide. El grupo
que manejo se hizo tan grande que hasta tengo mi bulo reservado por
si me quedo a dormir en el barrio.
Por cuestiones de seguridad, digamos
que casa no tengo. A la vieja —que Dios me la tenga en la gloria—
la atropelló un 45 cuando yo era un poco más pendejo. Y ya casi ni
me acuerdo de mi viejo. Es posible que él tampoco se acuerde de mí.
Con mi vieja, tocó y se fue. Lo encaré una o dos veces pero, ni
cargo. Le echaba la culpa a ella y, aprovechando que tengo dos medio
hermanos de dos padres distintos, me decía que siempre andaba como
una perra en celo. Si hubiese sido más grande, le hubiera
desfigurado la trompa.
Aparte de la plaza, donde más tiempo
estoy es en el subte. Me gusta ir de una punta a la otra de la B, en
especial los días de lluvia. Siempre pesco algo para vivir y además
está calentito. Los guardias se hacen los dolobus cuando me ven
pasar el molinete, porque saben que no jodo. Casi nunca afano aunque
sé bolsiquear sin que nadie se de cuenta, pero como ya me conocen no
quiero que me marquen. Tampoco pido limosna por oficio —que es lo
que hacen los demás— aunque sí mangueo de vez en cuando. Nunca
falta la señora que me mira con amor y me tira algo para comer.
Los hombres en cambio, me miran con
una bronca que no alcanza a disimular la envidia. Se creen más
machos solamente porque ellos sí tienen zapatillas. Pero yo sé que
lo que les jode en realidad es que las minas casi siempre me tiran
buena onda. Con ellos son indiferentes, pero a mí me miran de lejos
con cariño y hasta a veces se les escapa un “qué lindo morocho”.
Yo creo que no me tienen miedo, porque me ven chiquito.
Cada tanto alguna me hace un par de
mimos en la cabeza y yo digo para mis adentros « ¡Ay nena! Si
supieras la cantidad de gente que me ve pasar y se hace a un lado…
¡No te imaginás cuántas como vos preferirían ni cruzarme!»
La realidad es ésta: si yo que soy
tan callejero paso más tiempo bajo tierra que en la superficie, es
porque estoy buscando otra vida. A mí me gustaría alguna vez
engancharme con una de estas pibas que me hacen mimos en el subte.
Ojalá que algo cambie en esta ciudad
de indigentes. Que un pibe como yo pueda tener una casita y formar
una familia. Me encantaría que alguna de las tantas mujeres que
pasan por la línea B me mueva la cabeza y me diga «vamos».
Si supieran lo guardián que soy…