domingo, 27 de noviembre de 2011

De la creación del aceite de uva

Un enamorado del vino se entera de que el vino se hace con uvas. En ese mismo momento corre a la verdulería más cercana y compra un kilo o dos. Tiene la suerte de que sea temporada. Terminados los trámites tiene su vino fabricado con sus propias manos.

Mira las semillas que desgranó de las uvas y se ilumina.
Corre al fondito, las planta y sonríe. Luego va y se toma el vino.

Pasados los pormenores del tiempo, las semillas se convierten en árboles de uva.
Terminados los mismos trámites de antes —pero con las uvas que plantó en el fondito—tiene su vino fabricado con sus propias manos.

Mira las semillas que desgranó de las uvas y repite la operación.
Va hasta el fondito, las planta y se enjuga la frente. Luego va, se baña y se toma el vino.

El mecanismo continúa: uva, vino, semilla, vino, árbol de uva.

El enamorado del vino, un día como hoy, desgrana las uvas y prepara el futuro vino.
Va hasta el fondito para plantar las semillas y frunce el ceño.

Mira el fondito, saturado de árboles de uva; mira su comedor, sin más lugar para poner las botellas y piensa.
Piensa molesto que con tantos árboles ya no tiene dónde poner sus botellas.

Piensa y frunce el ceño.

Mira las semillas y frunce el ceño.

De pronto un rayo atraviesa su cráneo de enamorado. Un rayo disfrazado de idea. Un rayo color vino tinto.

Ese día, un día como hoy, nace el aceite de uva.

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